lunes, 15 de junio de 2009

LA RUTA RECREADA

Marcel Renard está en Huangling a ciento sesenta kilómetros de Xi´an. Al sur del río Huang He y lejos de Beijing, al otro lado del río. Nuestro amigo sube por la triple terraza que sube al templo desde el puente de granito y el lago artificial.Por el patio del templo se pasean vendedores que ofrecen rosas amarillas bajo toldos amarillos. Reinan el silencio y las sombras de los gigantescos cipreses que llenan el recinto,grises y vetustos,parecen transformarse en piedra.
Uno de ellos dicen que fue plantado por el mismísimo emperador Amarillo; otro es el árbol donde el gran emperador Wudi, fundador del templo hace dos mil años, colgaba su armadura antes de rezar. Marcel se hace fotos junto a los peregrinos que posan serios como prestigiando la magia del lugar. Aquí-y de ello se contagia Marcel- su pasado se torna sagrado pues en este templo rinden homenaje a su propio patrimonio, a su lugar de honor en el mundo porque el emperador Amarillo inventó la civilización misma. De él nació China y la sabiduría. Inventó la escritura, la música, las matemáticas...le dice la mujer que mira junto a nuestro amigo la piedra con la marca de dos grandes pisadas mientras le cuenta que una de las concubinas del emperador las utilizaba para hacer botas.Él inventó las botas.
Poco hay que no inventara el emperador Amarillo. Durante cien años reinó hasta 2597 a.C. y antes de ascender a los cielos en un dragón. Desde tiempos remotos, los emperadores que lo sucedieron inauguraban el año arando un surco ritual, mientras sus emperatrices ofrendaban capullos de seda y hojas de morera al altar de su esposa Leitzu, la dama de los gusanos de seda.



Marcel Renard recaló en en la capital Xi´an que ahora no reconocía. No era la capital ahora como Marcel la conoció hace más de treinta años.Entonces Marcel había paseado por una ciudad ruinosa, una capital de provincia con sombrías murallas, supervivientes de la Revolución Cultural con oficinas y almacenes estatales vacíos. Camiones herrumbrosos,hedor de carbonilla, barro otoñal y un río de bicicletas circulaban como fantasmas por las tramas de las viejas calles. Los colores que poblaban las aceras eran el marrón reglamentario, el gris y el azul marino. Parecía un lugar detenido en la historia, muerto de tanto esperar. Pero ahor había recobrado bruscamente la vida.


El circuito de casi quince kilómetros trazado por sus murallas bullía con renacido vigor,autopistas de ocho carriles, el campanario de la dinastía Ming se había convertido en una isleta rodeada de un torbellino de coches. El futuro no puede esperar en Xi´an y la ciudad entera está en obras. Los comercios y las vallas publicitarias persuaden a Marcel Renard que el mundo entero está presente en esta capital: París, Nueva York, Londres...En aquella ciudad en proceso de transformación , los ancianos miraban como si estuvieran contemplando un cruel desfile, llevando aún gorras maoístas y deshilachadas zapatillas de tela, Marcel Renard los veía apostados en las glorietas o parques y cómo se quedaban horas viendo aquel mundo transformado pasar ante sus ojos. A Marcel le conmovían esos hombres y mujeres nacidos durante la guerra civil y la invasión japonesa y que habían logrado salir con vida de la hambruna en el gran salto adelante y sobrevivido a la Revolución Cultural y que habían descubierto finalmente que sobraban en aquella sociedad. Ahora Marcel se sumía en una fascinada confusión. La capital, la vieja capital era un bullicio de ciudad europea o americana...


CONTINUARÁ...

No hay comentarios: