miércoles, 23 de junio de 2010

¿DE CIENTÍFICO A BEATO?


Lo normal es pasar de religioso a científico o se creyente a no creyente a medida que nos va pasando la edad. Pero parece ser que no siempre ha sido así:
Pascal y Newton también acabaron renunciando a hacer ciencia para dedicarse por entero a desarrollar creencias religiosas y se cree que esto ocurrió así por en la época en que vivieron la religión tenía socialmente y políticamente un gran poderío.
Hay un caso muy curioso que yo acabo de conocer de pasar de científico a beato. Es el caso Nicolaus Steno.
Su historia es muy interesante y puede explicarse así:
A principios de 1665 se reunía la élite intelectual de París para escuchar la conferencia que iba a impartir un joven anatomista francés llamado Nicolaus Steno. Hijo de un orfebre de Copenhague, sus descubrimientos le habían hecho famoso. Iba a hablar de dónde se alojaba el espíritu en nuestro cuerpo. Descartes decía que el espíritu se alojaba en la glándula pineal y lo imaginaba allí, girando mientras agitaba tensando los nervios motores y controlando el cuerpo como si de un titiretero se tratase. Pero había llegado sin recurrir a la observación anatómica. Steno, por su parte, tenía muy buena mano para la disección y una habilidad especial con el escalpelo que le permitía descubrir el más imperceptible de los caracteres anatómicos. Y de Steno hablaremos en nuestra historia de hoy.


Y la conferencia comenzó: En lugar de prometerles satisfacer su interés sobre la anatomía del cerebro, les confieso aquí, honesta y francamente, que no sé nada sobre ella. Aun así, iba a examinar alguna de las otras posibles moradas del espíritu: el cerebro. Como era una fibra muy difícil de diseccionar, según decía, su estructura estaba sujeta a las especulaciones más disparatadas. Y, aunque no lo hizo en aquella conferencia, demostró en disección pública que la glándula pineal era inmóvil y que estaba adherida a los tejidos periféricos. Los seguidores de Descartes se negaron a aceptar la evidencia. A pesar de esta discrepancia, Steno aprobaba la filosofía cartesiana y dejó escrito: No reprocho a Descartes por su método, sino precisamente por ignorarlo él mismo.

La ciencia, afirmó Steno, tenía que basarse en la observación de la Naturaleza, y no en el razonamiento puro. Por muy elegante que fuera. No podía estar sujeta a unos métodos o una filosofía prefijada, sino que tenía que elegir la senda que le marcaran las observaciones. Lo poco que se sabía del cerebro no podía dar pie a especulaciones de ningún tipo acerca de su funcionamiento. Y respecto al alma humana, quizás no fuera la ciencia la encargada de responder estas preguntas.

Pero Steno hizo muchas cosas. Empecemos por el principio. Por aquella época no se sabía cómo funcionaban los músculos. ¿Qué causaba que los músculos se movieran? Se pensaba que eran globos hinchados por un “espíritu vivificador”. Steno, con su habilidad, diseccionó músculos en detalle y llegó a la conclusión, contraria a otros científicos, de que no eran otra cosa que fibras contráctiles. También afirmó que el corazón no era un caldero de sangre hirviente ni la morada del espíritu: sus observaciones indicaban que no eran más que un músculo. También, en este tiempo, realizó uno de sus más importantes descubrimientos: la existencia de los óvulos femeninos.

Un año después de la conferencia, el gran duque Fernando de Medici, el antiguo protector de Galileo, invitó a Steno a ir a Florencia porque en la costa Toscana se había encontrado un tiburón gigante y quería que lo diseccionara. Para Steno iba a ser un trabajo rutinario, pero encontró algo que le llamó la atención y que cambiaría el curso de su vida científica: los dientes del tiburón eran idénticos a unas piedras medicinales llamadas glossopetrae, “lenguas petrificadas” que, según se creía, crecían en la tierra o caían durante las tormentas.

Ya desde la antigüedad se sabía que había piedras con forma de concha y de otras criaturas marinas en las montañas, muy alejadas del mar. ¿Cómo era posible que pudiera haber conchas fosilizadas en lo alto de una montaña? Pero había, además, otro problema: ¿cómo era posible que se hubieran incrustado en la roca? Esa misma pregunta le debía pasar por la cabeza a Fernando de Medici, ya que financió todas las expediciones por la Toscana en las que Steno recogía fósiles y estudiaba los lechos rocosos.

Había quien decía que eran reliquias de un monumental diluvio, quizás el de Noé y su arca. Pero en algunos lugares había tantas que parecía poco probable que tuvieran su origen en un único diluvio. En aquel momento, los estudiosos de la Biblia decían que la creación de la Tierra se remontaba a 6.000 años según el Génesis. La explicación más probable del fenómeno era, por tanto, que no eran más que piedras que habían crecido en la tierra. De hecho, Linneo aceptaba el relato bíblico del Diluvio, pero en su razonamiento decía que un suceso de corta duración (una inundación que hubiera durado menos de 200 días) no podía haber trasladado a los seres vivos lejos tierra adentro y haberlos cubierto con sedimentos en tan poco tiempo. Escribió: aquel que atribuya todo esto al Diluvio, que llegó de repente y de repente se fue, es verdaderamente alguien ajeno a la ciencia (…) y es ciego, porque sólo ve a través de los ojos de otros, si es que ve realmente algo. Por el contrario, afirmaba que inicialmente la Tierra estaba toda ella cubierta de agua, y que el agua había estado descendiendo continuamente desde entonces, convirtiendo cada vez más zonas en tierra firme y dejando tras de sí fósiles como prueba de que las aguas habían cubierto en otro tiempo la Tierra. Pero estaba claro que todo esto requería mucho más que los 6.000 años de historia.


Pero a Steno, no le satisfacían estas explicaciones. Era un anatomista convencido que cada órgano y cada parte de un tejido tenía su función. Ni los dientes ni las conchas podían existir porque sí. Sus estudios y conclusiones las publicó en su obra “De solido intra solidum naturaliter contento dissertationis prodromus”, más conocido como “De solido” o “El Pródromo”. Fue quizás el primer tratado verdaderamente geológico de la historia. Por lo menos, en su estado embrionario.

En ese tratado, Steno describió las diferencias entre el desarrollo de los sólidos inorgánicos, como los cristales; y los orgánicos, como las conchas y los huesos. También identificaba los fósiles como las conchas y los huesos que se habían convertido en roca después que hubieran quedado enterrados en sedimentos blandos. Ya sólo decir esto era un avance sin precedentes, pero fue más lejos: este razonamiento podía generalizarse a gran escala para interpretar los estratos de la Tierra.

Introdujo el concepto de “roca sedimentaria” y afirmó que eran depósitos de capas en las que habían quedado enterrados unos organismos: los fósiles. Sugirió que la corteza terrestre se había desplazado empujando aquellas capas. Como los fósiles se encontraban en esas rocas sedimentarias que habían empezado como limos en océanos, ríos o lagos, entonces las capas más profundas debían ser más antiguas que las superficiales. Pero no en todos los lugares se habrían depositado todas las capas ya que no siempre habría agua para formar sedimentos. Si una capa del mismo tipo de roca y con el mismo tipo de fósiles aparece en dos lugares diferentes es razonable pensar que la capa es de la misma edad en ambas localidades. Por ejemplo, si en un lugar encontramos una serie de capas, que podemos enumerar de más superficial a más profunda, y las llamamos ABDE y luego encontramos dos de esas capas en otro lugar, pero con una capa en medio, por ejemplo, BCD, entonces podemos deducir que el orden de las capas ordenadas en el tiempo sería ABCDE.

A lo explicado se le conoce como “Principio de Superposición de Steno”. Además, como se habrían hecho bajo el agua, también propuso el llamado “Principio de horizontalidad”, o sea, que en un principio, las capas debían ser horizontales. Por fin, propuso el “Principio de lateralidad”, que afirma que las capas tendrán como límite el borde de la cuenca.

Como muchas veces, en retrospectiva, las cosas las podemos ver muy fáciles, pero nadie lo había sugerido antes que él.

A partir de las observaciones realizadas en la Toscana, Steno dedujo que las aguas habían cubierto aquellas zonas en dos ocasiones y que, por lo menos una vez, los estratos se habían inclinado y desplazado.

Tenía pensado publicar una ampliación de su libro, pero se vio sumido en una crisis personal en 1667 y tras varios años de crisis espiritual abjuró de la fe luterana en la que había sido bautizado y se convirtió al catolicismo. Dejó la geología para abrazar la fe de la misma forma que había dejado la anatomía para abrazar la geología. En 1675 recibió las órdenes sacerdotales y al cabo de dos años fue designado obispo de Munster. Hizo voto de pobreza y llevó una vida de asceta que minó su salud, muriendo en 1686. Sus restos descansan en la Basílica de San Lorenzo.

El Papa Juan Pablo II le beatificó, convirtiéndose en el único científico beato de la historia. Por aquella época, conoció a Leibniz, quien estaba muy interesado en esa nueva rama de la ciencia, pero Steno se negó incluso a hablar de ciencia. Leibniz deploró la decisión de cambiar ciencia por religión y escribió que: de ser un gran científico ha pasado a ser un mediocre teólogo.
Como se ve es una historia no frecuente pero que ahí queda para divulgar.
FUENTE: en Historias de la ciencia por omalaled
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