Ocurre que leemos prensa escrita, escuchamos emisoras de radio, vemos diferentes canales de televisión, a través del móvil recibimos avisos de noticias de última hora cada hora, minutos o segundos. Si estamos en la barra del bar o de la cafetería al fondo, a la derecha, en cualquier rincón tenemos un busto parlante generalmente atractivo, hay que reconocerlo, que nos da la última hora de lo que ocurre en nuestro país, región o lo mismo de cualquier parte del mundo... y a veces, claro, nos sentimos cansados y nos apetecería irnos a la sierra, al bosque o al campo o la orilla del mar, o al pueblo más recóndito para escapar el exceso de noticias. Pero si esto es así cuando se refiere a noticias de mayor o menor trascendencia nada digamos cuando lo que se nos da como importante es lo inútil, lo insignificante o carente de trascendencia alguna. Es el caso de lo que ocurre en el mundo de la "farándula o el artisteo" en lo que se hace "histórico" o "urgente" o "notición" cualquier asunto que suele suceder en todas las familias y a todos los individuos pero que puesto en el titular, en el programa, rodeado de la tertulia "debatidora" se le cuela de trascendencia...son lo que llamamos el exceso de noticias inútiles.
He leído un plan para combatir ese exceso. En http://www.letraslibres.com/autor/cristian-vazquez nos sugiere cómo guardar o tomar distancias de esta vorágine...
1)Joseph Conrad escribió en 1923, un año antes de morir, en un artículo titulado “Navidad en alta mar”. Recuerda allí el único “día de Navidad celebrado con la dádiva y aceptación de un regalo” de sus veinte años de vida en el mar, en los que aprendió lo que luego plasmaría en obras tan magníficas como Tifón, El negro del Narciso y El corazón de las tinieblas.
El episodio ocurrió en la Navidad de 1879. El clíper —una embarcación a vela típica del siglo XIX— en el que viajaba Conrad había zarpado 18 días antes desde Sidney y se hallaba en el océano Pacífico, a 51º de latitud sur, que es al sur de las islas Antípodas, es decir, al sur de casi todo. La tripulación avistó un velero. A partir de su número de matrícula y de las banderolas que desplegó (hablamos de una época anterior a las radiocomunicaciones), supieron que se trataba de un ballenero estadounidense llamado Alaska, que había partido dos años antes desde Nueva York, que ahora navegaba rumbo al este procedente de Honolulu y que sus hombres llevaban 215 días de travesía. Más de siete meses sin pisar tierra firme.
El capitán del clíper preguntó a Conrad si conservaba periódicos atrasados. Sí, llevaba algunos ejemplares del Herald, el Telegraph y el Bulletin de Sidney, más algunos diarios ingleses que le habían enviado por correo. El capitán se los pidió y los metió, junto con dos cajas de higos, en un barril, que fue lanzado al mar para que el Alaska lo recogiera.
2)El elemento clave de la anécdota, que es fascinante, son los diarios viejos. El capitán se da cuenta de que puede dar a aquellos hombres un gusto no solo al cuerpo, después de meses sin probar bocado dulce, sino también al espíritu, y les manda noticias de semanas atrás que serían leídas (u oídas, ya que la mayoría de aquellos hombres debían ser analfabetos) con la mayor avidez.
Es inevitable pensar en la diferencia entre la vida en aquellos barcos y la moderna, en la que resulta prácticamente imposible escapar de las noticias. Están en todas partes, las llevamos en el bolsillo, nos salen al paso todo el tiempo. Y estar desinformado está mal visto.
3)Somos historias: las que contamos que vivimos o que viviremos, las que nos cuentan los demás, las que reproducimos después. No podemos ser sin historias. Los relatos hacen que cuaje el tejido social. Por eso los marineros del Alaska recibían el barril como si fuera maná: el contenido desconocido de ese barril era, en sí mismo, una historia. Que además, como parte de esa historia, hubiera muchas otras —las escritas en los diarios viejos— sin duda debe haber multiplicado su gozo.
Todavía la humanidad no ha inventado una máquina que invente historias, aunque va por ese camino. Sí existen muchas máquinas de difundir historias. La más formidable se llama televisión.
4)La vida moderna nos sobreestimula sin que lo advirtamos, nos ha convertido en máquinas de consumir datos inútiles. A veces algunas personas se hartan y sienten el impulso de tapar con las manos los revoltijos de palabras; están tan metidas en la vorágine que no se dan cuenta de que la forma más fácil de hacerlo es apagar el televisor y salir a andar por ahí.
Mientras escribo estas líneas, las redes sociales —las mismas que a veces nos abruman de sobreinformación— trae hasta mis ojos este poema de la española Gloria Fuerte
Se me ocurre entonces que los medios y las redes sociales son como un mar embravecido. Quien está dentro tiene que bracear como loco para no hundirse, y eso le consume tanto esfuerzo que ni siquiera sabe bien dónde se encuentra, qué hay alrededor. Un plan mucho mejor es sentarse en la orilla, ver el mar desde la distancia y prestar atención a lo que arrastran las olas. Paladear el “ir llegando”. Un barril con higos y diarios viejos puede ser un tesoro: los mejores regalos son los inesperados.
Lo mejor desconectar, respirar el aire fresco de la mañana o de la tarde, hablar o pensar con los amigos o con los familiares y dejarse de tanta terturlia de la que presuntamente se supone aquello de que "de la discusión nace la luz".Mas bien sale la confusión, el no saber a que atenerse, a dudar de cual es la fuente verídica y a dudar de casi todo y de casi todos.
FUENTE:
http://www.letraslibres.com/
http://www.letraslibres.com/autor/cristian-vazquez
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