miércoles, 3 de enero de 2018

MENOS ETIQUETAS Y MENOS BANDERAS...

Nunca me gustaron las etiquetas ni las banderas. Cuando alguien pone una etiqueta a algo o a alguien quiere fijar un objetivo para defenderse de él o para atacarlo. N.ecesita situarlo e identificarlo en una posición física o mental o intelectual que le permita "controlar"... Si falta ese control ese alguien se siente inseguro, dudoso, desconfiado y en realidad es el propio inseguro el problema pues no tiene confianza ni en él mismo y por tanto menos en los demás...Con las banderas ocurre otro tanto. Gran cantidad de individuos necesitan estar en un bando o en otro. Pertenecer a algo que le dé seguridad ante su propia inseguridad. No sabe navegar en la vida si no es en una tabla fija...Si ésta se mueve, ondula o vibra se siente inseguro. De ahí la falta de criterio propio y la necesidad de apoyo, de bandera, de bando frente a otro que será no otro individuo, otro sentimiento, otra realidad sino su contricante. Se ve en lo que llamamos deportes donde el fanatismo se instala en un bando u otro pero sin que tenga nada que ver con el disfrute del juego que todo aficionado desea...Y ocurre lo mismo con los nacionalismos: fantasías creadas y adaptadas a una determinada realidad que interesa promocionar para "enganchar" a mentes inseguras y que necesitan "utopías" para prometer paraísos fuera de la realidad. Así lo expresa el filósofo francés François Julien en su ensayo La identidad cultural no existe."


¿Así que defender una forma de cultura no es defender una identidad específica? «Reconozco una identidad singular del sujeto, pero no una identidad subjetiva, que sería la cultural. Ésta es mutante, cambiante, pues la cultura que no cambia está muerta. Y no digo esto para provocar, sino para denunciar un camino falso. La España de hoy está instalada en esto. Lo que defiendo son los recursos culturales, no su presunta utilización para armar una identidad».
Ahora, como en otros momentos de poco brillo, vuelve a triunfar el eslogan, el cliché, el discurso de la ilusión. «Eso crea la desmovilización política. Está muriendo por ese lado la idea de Europa. Y la situación actual de España tiene ahí su antecedente. No es sólo el enfrentamiento entre Cataluña y el Estado español, sino que aloja un fenómeno mucho más profundo que ha llevado a una crispación identitaria. Cataluña es una deficiencia de los políticos y de Europa. Por eso hay que volver a preguntarse por la fórmula histórica del Estado nación, pues no creo que sea la única manera posible de desarrollo europeo».


¿Entonces? «Europa debe pensar seriamente en una estructura supranacional. Es la única forma posible de hacer frente a potencias como India o China. Si no tenemos una fuerte certeza de ser ciudadanos europeos seremos irremediablemente frágiles. Ser europeos por serlo, sin avanzar más, no significa nada. Es hora de volver al auténtico idealismo».


Por eso llega a la conclusión que Cataluña es una deficiencia de los políticos y de Europa. Es una etiqueta, otra bandera que habrá que corregir con más Europa.
Menos etiquetas y menos banderas.
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