martes, 21 de diciembre de 2010
...A UN CRÉDULO (Continuación)
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Veamos lo que se sabe
actualmente. Cuando digo sabe me refiero al saber
científico, o sea, a aquel cuyas afirmaciones pueden comprobarse
en un experimento.
El hombre está compuesto por células, especializadas
en diferentes órganos. Aquellas tienen vida propia y pueden,
en ciertas condiciones, vivir de forma independiente
y reproducirse. Son muy complejas estructuralmente
pero uno de sus componentes más importantes es el ADN
en cuyo código se define con exactitud sus funciones y
sus características.
La molécula del ADN consta de dos cadenas muy largas
y en doble espiral de azúcar-fosfato, entrelazadas,
ambas, por bases. Las moléculas están compuestas de
átomos entrelazados. Los átomos son estructuras compuestas
por protones, neutrones y electrones que, a su
vez, están construidos, simplificando, por doce partículas
elementales que interactúan con cuatro fuerzas diferentes.
En cada nivel de la materia, el hombre, a través del método
científico, ha catalogado unas leyes que siempre se
cumplen.
Ejemplos de moléculas:
Si hago reaccionar un átomo de Hidrógeno y dos de
Oxígeno, estos se entrelazan y surge una molécula de agua.
Esto ocurre siempre. Además, las características del agua,
que aparecen a nuestros sentidos, son diferentes. El resultado
no es la suma de los agregados. Parece otra cosa.
Lo mismo ocurre con el ADN pero con una complejidad
mucho mayor. Esta molécula, en determinadas circunstancias
de temperatura, presión, medio ambiente, etc.,
deshace la doble espiral y, cada una de las cadenas toma
del medio los elementos necesarios para, al final del proceso,
aparecer dos moléculas de ADN idénticas. Una de
las características de la vida (la reproducción) aparece ya
a éste nivel. El ADN no es la suma de los agregados, ni
tiene sus características. Parece otra cosa.
Ejemplo de células:
El ADN encerrado en una estructura determinada es
una célula. Vive, se alimenta, se reproduce y muere. En
determinados casos, se reproduce de forma que, a partir
de un cierto número de ellas, se especializan y forman órganos
diferentes. Uno, en el hombre, es el cerebro. Este
controla visión, audición, movimientos, sensaciones,
emociones y pensamientos. Esto es, recoge datos del exterior
a través de los sentidos, los evalúa, los recuerda, los
puede transmitir a través de gestos, sonidos, acciones; puede
sentir gozo, culpa, odio, ansiedad, etc.; puede controlar
sus impulsos, dar órdenes, formar juicios, aprender, desarrollar
pensamientos concretos y abstractos, etc. En fin,
interactúa con todo lo que se refiere a la vida del hombre:
consigo mismo y con lo que le rodea. El cerebro, junto al
resto de los órganos, es el hombre.
El hombre no es la suma de sus agregados. Parece otra
cosa. Y en esa otra cosa cabe que ese cerebro pueda darse
cuenta de su propia existencia, crear una hermosa música,
un buen libro y sentir amor o percibir la belleza de
un atardecer.
Igual que cuando hacemos una electrólisis las cualidades
del agua desaparecen y vuelve a convertirse en hidrógeno
y oxígeno, al deshacerse los componentes del hombre,
con la muerte, desaparecen todas sus características.
OTRA COSA
Insisto permanentemente en esto porque es una característica
constante en la naturaleza: el resultado de una
combinación de elementos no se parece a sus componentes.
Hay una especie de valor añadido que hace que
el compuesto sea lo que yo llamo otra cosa. Tampoco quiero
que veas aquí nada trascendente.
Simplemente las cosas son así.
LEYES DE LA NATURALEZA
Cada uno de esos niveles anteriores responde a unas leyes
que están ahí. Son leyes fijas. Siempre que se dan unas
circunstancias, se produce el mismo resultado. Hasta ahora
es todo experimental. Se puede reproducir cuando se
quiera, por quien quiera y obtener los mismos resultados.
Hasta aquí llega la ciencia.
Por ejemplo, no puede preguntarse si esas leyes han
estado ahí siempre o alguien las ha puesto. La ciencia observa
que siempre se cumplen. Cuando hay un salto en el
nivel de la realidad y observa que el resultado es otra cosa,
lo constata y nada más.
La realidad no es sólo un agregado de átomos, sino también
las leyes que los gobiernan. Entre ellas esa otra cosa
que surge de un compuesto ya sea atómico, molecular o
celular.
“Debe haber una inteligencia superior”, afirmas.
Si existe una inteligencia superior y no interviene ¿qué
diferencia hay en pensar que no existe? La única diferencia
es que el creyente traslada la perplejidad que yo tengo ante
la maravilla de la naturaleza a ese ser. Ese ser creador y
no creado es tan difícil de entender como este mundo funcionando
siempre mediante unas mismas leyes.
Cualquier cosa que pensemos, al ser pura especulación,
sin posibilidad de experimentar, no tiene mucho valor.
Nos podemos perder en interpretaciones ya sean católicas,
evangelistas, mahometanas, teosóficas, budistas
o de cualquiera de los abundantes “Krishnamurti” que hay
por el mundo. Son callejones sin salida, conceptos sin posibilidad
de contraste. Para mí, pérdida de tiempo.
Puedo imaginar un Dios creador y no creado, un
Demiurgo, un Diablo que disfruta con los desastres e injusticias
que se dan, una civilización extragaláctica que
está haciendo un experimento, la misma Mitología griega,
latina o cualquier otra, una Energía desconocida positiva
o negativa, Espíritus malignos o benéficos, etc., etc.
(aquí puedes añadir todos los mitos que circulan por la
Tierra). Todas estas afirmaciones caen fuera del territorio
científico. Los que afirman los mitos deberían probarlos.
De no ser así ¿qué valor tienen?
Los más atrevidos entre los creyentes afirman que cuando
hay un escéptico presente las fuerzas espirituales se
abstienen. Esto impide la falsación y por tanto cae fuera
del ámbito científico. ¡Una simple excusa ante un hecho
o inventado o mal observado!
LABERINTOS
No hay ningún milagro en todos estos conocimientos experimentales.
Aun más, la falta de milagros es total. Si abandonamos el método científico,
que tiene en la propia realidad
una regla de medir, podemos
perdernos en los infinitos
laberintos que nos puede tender nuestro propio cerebro.
El Yo
El yo, esa conciencia de sí mismo, es una de las cosas que
a más laberintos ha conducido al hombre. Pero observaciones
experimentales quitan cada vez más trascendencia
a ese yo. Al final lo reducen a un punto de referencia
como el aquí o el hoy.
La hipótesis de que ese yo reside en una entidad espiritual,
a la que para entendernos podemos llamar alma,
no aguanta ningún experimento. Por ejemplo:
- Un grave accidente en el cerebro modifica la personalidad.
- Un esquizofrénico tiene varios yo y salta de uno a otro
con toda tranquilidad.
- El yo se construye en los primeros años de la niñez.
- Muerto el cerebro sólo los creyentes dicen haber visto
alguna manifestación de ese espíritu. Ninguna soporta
un análisis científico.
El árbol
La reflexión que haces sobre el yo y el árbol la veo mística.
Para mí, es todo más sencillo. Yo tengo un ADN que
me ha construido. La educación y mis experiencias han
hecho el resto. Mi yo es fruto de estos dos factores. Con
la muerte desaparecerá esa otra cosa y volveré a los componentes
con los que estoy construido.
El árbol tiene su ADN propio y no tiene un centro coordinador
como tenemos los animales. No veo ni “la interconexión”,
ni “la Red Central”, no percibo ninguna intervención
exterior a las leyes de la naturaleza ni puedo
deducir de ninguna forma que pertenezco a una “Entidad
Superior”. Mi yo se disuelve con la muerte y aquí no ha
pasado nada. La naturaleza sigue su curso.
Conclusión
De modo (usando tus mismas palabras) que, “si soy honrado
y objetivo en el pensar”, no me queda más remedio
que no ver por ninguna parte una Inteligencia (ni benéfica
ni maléfica) distinta a la propia naturaleza de la que
yo formo parte como un árbol, un monte, un planeta o una
galaxia.
Los átomos montados en el ADN humano construyen
todo tu cuerpo y cerebro y éste, con las experiencias adquiridas
forman tu persona, tu inteligencia, tus cualidades,
etc. A éste conjunto, le podemos, para simplificar, llamar
mente, pero no es otra cosa que el cerebro en
funcionamiento.
Yo no sé quien ha dado a la naturaleza sus leyes. Ni
siquiera sé si la pregunta es correcta. ¿Por qué no pueden,
esas leyes, haber estado siempre ahí? ¿El creer en esa
“Inteligencia Superior” no es trasladar el problema sin dar
ninguna solución?
Yo no sé si existe y tú crees que existe, pero no sabes
qué es. No sé si nos diferenciamos mucho. Yo me quedo
en el plano experimental y tú añades un concepto del que
desconoces todo.
Ese no sé anterior es para mí tan fuerte que se convierte
en la práctica en un sé que no hay una inteligencia
superior. Y no es porque tenga el silogismo para llegar a
la conclusión de que no exista, sino que he comprendido
que es imposible demostrar una negación. El peso de la
prueba cae en quien afirma.
OTRAS IDEAS TRASCENDENTES, SEGÚN TU VISIÓN.
“Amar es lo que importa”, dices. Amar importa, pero ser
amado, también. Importa sentirse satisfecho consigo mismo,
encontrarse seguro, tener salud física y mental, tener
con qué vivir, disfrutar de la creatividad, saber gozar de
la belleza, del arte, de la naturaleza... de lo que nos presente
la vida, en fin, ser felices es lo que importa. Si la
vida acaba aquí, es importante que coleccionemos ratos
felices, cuantos más, mejor. Pero tampoco conviene obsesionarse
como coleccionista de ratos felices ya que la
muerte, al disolver la conciencia, reduce a la nada toda
la felicidad coleccionada o, en el caso contrario, todas las
desgracias padecidas. Nada de obsesiones. ¡Coleccionar
con tranquilidad ratos felices!
“El conocimiento de sí mismo es el principio de la sabiduría”,
aseguras. Es importante conocerse pero también
lo es conocer el entorno. Un error en cualquier percepción
de las dos áreas lleva consigo la posibilidad de errores en
la toma de decisiones. Sin grandes palabras: es importante
conocer, es importante saber a qué atenerse.
“La Verdad es demasiado grande para que quepa en
los libros. Cada uno tiene su verdad, que es su parte de
la Verdad”, sostienes. No me gusta hablar de Verdad con
mayúscula porque encierra algo místico; prefiero hablar
de realidad. Para mí, la realidad está ahí, sea la que sea.
Nosotros mismos formamos parte de ella. Nuestro cerebro,
con sus billones de sinapsis, intenta hacerse una representación
de esa realidad. A través de la captación de
los sentidos va construyendo esas representaciones. Es importante,
para no perderse, que esos modelos que creamos,
no entren en contradicción con alguna de las observaciones.
Si entran, debe rehacerse el modelo.
Invierno 2002 y Primavera 2003 81
Con este método, que lo llamamos científico, vamos
mejorando generación tras generación nuestra representación
de la realidad. La mayor pantalla que nos impide
llegar lo más cerca posible a ella no es “el crimen o una
vida degenerada”, que dices tú, sino la credulidad. Creer
sin comprobar es la mayor fuente de errores
“La duda constructiva es el principio del conocimiento”,
afirmas. Salvando por ahí algún concepto, para mí, místico,
que introduces (“contacto directo con ‘lo Otro’”) estoy
de acuerdo contigo. La duda, que no la credulidad, es
el punto de arranque del conocimiento.
“El ser humano es un alma o espíritu que vive dentro
de un cuerpo”, dogmatizas. Aquí sí que discrepo totalmente.
Además, todas las funciones que se le atribuyen
al alma, excepto su espiritualidad e inmortalidad, están
explicadas por algún área de la ciencia (fisiología, neurología,
psiquiatría, psicología...). Como esas dos excepciones
no pueden ponerse en un banco de pruebas. ¿qué
quieres que te diga? Para mí tienen el mismo valor que
cualquier afirmación no comprobable: ninguno.
En la reencarnación o el espiritismo ni entro. Queda
dentro de esas creencias indemostrables.
Tampoco comparto esa “transferencia” de individuos
“a otro lugar o planeta” para “rectificar su conducta moral”.
Todas estas ideas no pueden ser comprobadas. Son
iguales de reales que las calderas de Pedro Botero, los ángeles
protectores con alas o la laguna Estigia: conceptos
que se afirman sin demostrar.
Menos, si cabe, tus reflexiones sobre el Mal como “detritus
de la evolución humana” ni como “depósito de ‘las
fuerzas del Mal’”. Pongo mal con minúscula, le quito toda
trascendencia y lo convierto en el resultado desagradable,
para una parte, de la complejidad de las relaciones humanas.
Me deja atónito tu admiración a Jiddu Krishnamurti.
Te convence porque rechaza cualquier organización
eclesiástica cuando en realidad él tuvo (y ahora tienen
sus adeptos) la suya, Krishnamurti Foundation Trust,
y hasta tiene en Uppaluri Gopala Krishnamurti, su hereje.
Siento no estar de acuerdo en casi nada pero la trayectoria
intelectual de cada uno lo ha llevado a conclusiones
diferentes. Yo tengo una regla.
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